Filantropía, beneficencia y caridad siglo y medio después de Concepción Arenal

Por Luis Trigo Sierra

Se está llevando a cabo en la Biblioteca Nacional una exposición sobre la vida y obra de Concepción Arenal, comisariada por Ana Caballé y Cristina Peñamarín, cuya visita permite acercarnos a una mujer extraordinaria, cabal, valiente y comprometida con la sociedad de su tiempo como pocas ha habido en España.

La traigo a colación a propósito de una publicación que le proporcionó a la gran pensadora gallega visibilidad pública y reconocimiento en un momento en el que a las mujeres no les era fácil acceder a formación superior y mucho menos a espacios en los que mostrar su valía intelectual.

La obra en cuestión es La Beneficencia, la Filantropía y la Caridad, con la que concurrió a un concurso promovido en 1861 por la entonces recién creada Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, para reflexionar sobre cómo articular la caridad privada con la beneficencia pública y a quién correspondía qué.

La academia no dudó en premiar el trabajo de Concepción Arenal por destacar entre los demás presentados, aunque para los miembros del jurado su autoría correspondía a un tal Fernando Angel de Carrasco y Arenal, que era el hijo de 10 años de la autora,  detrás de cuyo nombre se ocultó para concurrir al premio, temerosa de que un texto firmado por una mujer pudiese descartarse sólo por esta razón, precaución en modo alguno injustificada en esos momentos.

No obstante, personas como Salustiano Olózaga, destacado político e intelectual liberal, que formaba parte de la Academia y del tribunal, contribuyeron no sólo a reconocer el gran mérito del trabajo y premiarlo sino a apoyar a Concepción Arenal en la forja posterior de su línea de pensamiento, su involucración personal en causas sociales así como en su acceso a puestos de responsabilidad desde donde denunciaría y trataría de avanzar en la superación de situaciones como la esclavitud o el tratamiento inhumano de la población reclusa.

concepción arenal

Exposición en la Biblioteca Nacional de España.

Concepción Arenal basó su estudio en su experiencia como miembro de Las Conferencias de  San Vicente de Paul, sus conocimientos como jurista y sus investigaciones en un terreno que para ella constituía un fundamento esencial de su existencia: la atención social y humanitaria a los desfavorecidos.

El motivo de la convocatoria y el objeto del estudio de Arenal no fue otro que el deslinde conceptual entre las diversas formas de atención de las necesidades básicas de aquellos que no pueden colmarlas por ellos mismos y el ámbito de intervención en estas tareas de operadores públicos y privados.

La proximidad que siempre mantuvo Concepción Arenal con quienes se encontraban en estado  de necesidad, discriminación, penuria o injusticia le permitió profundizar en las circunstancias que provocaban estas situaciones y apreciar el desamparo en que la sociedad acababa dejando a muchos de sus miembros. Apreció cómo la moral cristiana, que reconoce en la caridad su principal virtud, impulsa a los creyentes a ayudar al prójimo en razón del amor fraterno que enlaza a todos los seres humanos con Dios. Pero también destacó el imprescindible e irrenunciable  papel de la Beneficencia, como manifestación de la preocupación de la sociedad, a través de las entidades políticas en las que se organiza, por aquellos de sus miembros que no pueden disponer de lo más básico o se encuentran desamparados frente a calamidades, injusticias o situaciones de abandono, soledad, dependencia u otras circunstancias semejantes. Por último, identificó a aquella parte de la sociedad que, sin aspiraciones políticas ni sentimiento religioso, despliega recursos e iniciativas para atender las mismas necesidades de terceros movidos por un ideal filantrópico.

Según la construcción que dibujó en su estudio, la beneficencia le corresponde al Estado, por ser un deber político; la filantropía, a la sociedad civil, por constituir un sentimiento filosófico que procede de los ideales de igualdad y justicia y la caridad es cristiana y a los cristianos corresponde ejercerla. Cada uno de los tres sujetos que ocupan el espacio del altruismo vincula, por tanto,  su actuación a una razón distinta. El Estado a una razón jurídica, la Iglesia a una razón moral de base teológica y la sociedad civil a una razón moral de base filosófica.

Ciento sesenta años después, nos encontramos con que los actores y sus razones no parecen haber cambiado mucho, poniendo de manifiesto que el tiempo ha venido a bendecir su convivencia en la labor que atienden. No obstante, conviene, desde la observación, reflexionar sobre el papel actual de cada parte, la eficacia de su intervención y el grado de interrelación o competencia que se produce entre ellas. A ello dedicaremos el siguiente post, que podéis encontrar aquí.

Podéis saber más sobre la labor de nuestra Fundación El Secreto de la Filantropía aquí.

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