El altruismo en un contexto de demanda de responsabilidad social a las empresas: la oportunidad de forjar una sociedad más justa, equilibrada, libre y sostenible

Por Luis Trigo Sierra

La creación de valor que acompaña al desarrollo de los proyectos empresariales tiene un enorme mérito y son pocas las personas dotadas de la inteligencia, la disciplina, la predisposición a convivir con el riesgo y el tesón que se requieren para edificar empresas que aporten soluciones a nuestras necesidades, que las resuelvan de una manera viable y sostenible y que puedan mantener en el tiempo sus proyectos en los entornos competitivos en el que se desenvuelven.

Quien emprende lo hace porque se siente capaz de ello y aspira a alcanzar metas, dando por supuesto que habrá de enfrentarse a obstáculos, dificultades, mucho trabajo y la gran responsabilidad inherente a su actuación.

Si se alcanza el éxito, éste normalmente vendrá acompañado de recompensas materiales y, a poco que se desee, de una visibilidad social que puede abrir las puertas a círculos de influencia.

Pero riqueza y estatus no debieran ser fines en sí mismos sino más bien la consecuencia natural del éxito. Quien los sobrevalore corre el riesgo de hacerse dependiente de ellos y no de esas fortalezas personales que le sirvieron para destacar y alcanzar objetivos difíciles y provechosos. No han de servir de refugio sino de palanca para seguir mejorando.

Si se concibe la vida como la senda de oportunidades que tenemos en cada momento de poner a prueba hasta dónde podemos llegar con los dones que hemos recibido, deberíamos entender el fin instrumental que la riqueza y la influencia tienen y darnos cuenta que, gracias a ellos, podremos ir más allá, tratando de conseguir logros verdaderamente trascendentales.

A poco que pensemos apreciaremos que mejorar la cuenta de resultados, siendo un propósito razonable y deseable, no es algo que en sí mismo nos vaya a hacer mejores personas ni por lo que estaríamos dejando una huella especial en este mundo.

Esta reflexión es la que puede llevar, a quienes por capacidad y auto exigencia deciden emprender, asumiendo retos y marcándose metas de difícil alcance, a plantearse qué aportaciones adicionales pueden hacer para con la sociedad a la que pertenecen.

Se recurre con frecuencia al argumento de que la razón del altruismo deba encontrarse  en una especie de deber moral de retornar a la sociedad parte de lo que de ella se obtuvo.

No participo en absoluto de este juicio que parece justificarse en un doble argumento falaz a mi entender: que la razón del éxito económico de quien lo alcanza reside en la sociedad de la cual forma parte y que existe una deuda con esa sociedad que moralmente debe atenderse en pago por los premios recibidos de ésta.

Esta forma ramplona de resolver con final feliz la relación entre quienes alcanzan éxito económico y quienes no,  sosteniendo, de una parte, la existencia de una relación de causalidad entre dos situaciones y, de otra, ligando a la misma un desenlace natural vinculado a una supuesta exigencia moral, además de constituir un postulado arbitrario, favorece una visión crítica del altruismo, muy frecuentemente enarbolada por quienes creen poco en el individuo y menos cuando el mismo se distancia de sus semejantes por razón del poder económico y del estatus que ha alcanzado, ya que ese retorno a la sociedad de soporte moral corre el riesgo de ser entendido como un acto libérrimo más próximo a la caridad que a la asunción de compromisos sociales.

El altruismo no lo dispara el éxito, tampoco opera como un mecanismo de compensación. Entenderlo así puede reforzar el argumento crítico de quienes construyen el discurso que identifica a las iniciativas de esta naturaleza provenientes de las empresas y los empresarios como formas de lavado de conciencia e imagen. En sociedades desiguales (y España tiene un índice de desigualdad muy elevado dentro del espacio económico al que pertenece) la epidermis social puede ser muy sensible y permeable a este tipo de razonamientos, y contra los mismos la estrategia más acertada puede ser no entrar en discusiones,  pues cualquier cosa que se argumente será de difícil o imposible prueba, el debate se tornará en confrontación, la cual discurrirá por sendas emocionales y entre consignas y postulados tópicos que irán tomando fuerza por muy irracionales e injustificados que resulten.

La razón del altruismo no es ni moral ni defensiva. Se basa en una lógica que es fácil de entender pero en la que nuestra sociedad no está especialmente formada. Los países anglosajones en esto nos sacan muchos cuerpos de ventaja.  Dicha razón es que nos debemos a la sociedad a la que pertenecemos y tenemos que hacer lo que esté a nuestro alcance para hacerla mejor, más justa y equilibrada.  El altruismo no debiera ser una excepción, sino la regla y, quienes son más capaces y tienen más medios obviamente más debieran hacer. Por ello (y cada día está calando más esta idea) las empresas tienen que verse como operadores responsables de transformación social.

Nos han educado en un concepto de empresa que ha quedado obsoleto y que languidece, que situaba el lucro como fin consustancial al emprendimiento. Insisto que el lucro no es un fin sino una consecuencia. Los fines serán todo lo que se esté en disposición de alcanzar con los retornos obtenidos en la actividad empresarial.

Apostar por contribuir a la edificación de una sociedad más justa, equilibrada y sostenible no puede ser un enfoque más inteligente, pues redunda en favor de todos, y nos conduce al entendimiento y no a la confrontación.  Favorece un contexto de progreso en el cual todos salimos ganando, y entre esos todos obviamente están las empresas. Apostar por este enfoque ha de verse como una oportunidad y en estos momentos ya, más que eso, como una necesidad.

También nos han educado en una separación de las esferas públicas y privadas que hay que superar porque este planteamiento dificulta enormemente las relaciones entre los poderes político y económico y relega el protagonismo del ciudadano a parcelas mucho más reducidas de intervención que las que debe aspirar a tener. De este modo, la participación y el compromiso dan acceso a mayores niveles de libertad, pues la definición de los objetivos y las prioridades se pueden establecer sobre la base del diálogo y la cooperación y no en razón de un modelo en el que una parte se limita a cumplir lo impuesto y la otra a vigilar y exigir, incluso coercitivamente, dicho cumplimiento.

Los empresarios de esta nueva era tienen que ser conscientes, por tanto, que deben de incorporar como un elemento estratégico de sus negocios la proyección de los mismos hacia la sociedad; la participación activa, con aportación de recursos, en proyectos que incidan en el bien común; el dialogo y la colaboración con las administraciones públicas para conocer recíprocamente las necesidades a atender, las prioridades existentes y definir los ámbitos y formas de actuación según los intereses, conocimientos y medios disponibles, todo ello operando con la máxima transparencia, responsabilidad y compromiso.

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